Este verano he releído Come reza ama, de Elisabeth Gilbert, y como la primera vez me ha encantado. Se que tiene muchos detractores, que no se puede calificar como “buena literatura”, que puede ser juzgado de frívolo y oportunista, pero creo que tiene un valor en sí mismo. No es Orgullo y prejuicio de Jane Austen, ni La primera lady Chatterley o Mujeres enamoradas de D. H. Lawrence, sin embargo merece la pena leerlo.
El libro está bien estructurado en tres partes que corresponden a su estancia en tres países, y en 108 capítulos, como las 108 malas de un rosario tibetano. La autora se regala un año sabático para hacer un viaje por tres lugares del mundo, que es al mismo tiempo un viaje interior, un proceso de introspección para sanar las heridas del desamor, hacer las paces y reconciliarse con partes de sí misma, reconectar con su energía vital y aprender a equilibrar su vida. El clásico: tesis, antítesis, síntesis.
La autora se embarca en una búsqueda valiente, sincera y auténtica una vez ha tocado fondo y necesita un nuevo paradigma donde sustentarse. Todos pasamos por noches oscuras del alma. De ellas podemos aprender a soltar el control, como hace la protagonista, arrodillarnos y rendir la voluntad, rendir el ego a una Voluntad Mayor. Insha’Allah.
El libro trasmite sus sentimientos más íntimos, se desnuda emocionalmente respecto a sus relaciones, temores y partes vulnerables, y lo hace con sentido del humor. Un signo de que su proceso es auténtico es su verdad: “una verdad que ha me ha osificado los huesos durante los últimos años: a mi no me ha salvado ningún príncipe; de mi rescate me he encargado yo sola”. Se percibe una profunda lealtad hacia su proceso, un compromiso de hacerse cargo de sus necesidades emocionales, poniendo en el empeño toda la intención para que así sea.
Italia es el placer de volver a la vida, la resurrección tras la muerte interior. India es el encuentro profundo con ella misma a través del yoga y la meditación. E Indonesia es el equilibrio entre ambas partes, y como no podía ser de otra manera… el amor. Todo en un período de un año en el que relata con frescura muchísimas experiencias, algunas profundas y dolorosas, otras simpáticas, y algunas que se podrían considerar experiencias cumbre.
La vida es un viaje espiritual. Somos exploradores tratando de encontrarnos a nosotros mismos. Todos tenemos los mismos desafíos, las mismas lecciones en diferentes escenarios, y uno de ellos es aprender a amarnos. Las experiencias dolorosas son desafíos, y en última instancia lecciones del amor. ¿Qué hacemos con el dolor? ¿Nos cerramos a la vida y nos protegemos o… aprendemos la lección, perdonamos y nos perdonamos, y elegimos abrir el corazón y volver a amar?
El perdón es una condición sine qua non, una necesidad para la curación. Se sana por el perdón. Perdonarse a uno mismo libera del pasado. Uno deja de ser víctima de la vida y sus circunstancias, recupera la energía vital y el poder personal. Después, podemos vivir en la conciencia del aprecio, valoración y gratitud, sin criticar ni juzgar a los demás, sin expectativas. Aprendemos a confiar en el fluir de los acontecimientos, nos rendimos a una Voluntad Superior.
En la medida en que nos vemos en las personas que nos rodean como si fueran un espejo nos reconciliamos con nuestra sombra, nos aceptarnos y aceptamos a los demás, conectamos íntimamente con nosotros mismos y nos acercamos a Dios. Actuamos desde Shin, la mente-corazón, somos más honestos, afectuosos, compasivos y generosos. Entonces todo se simplifica, las relaciones se sanean, se vuelven más sencillas. Uno se ama, ama y se deja amar. Siente la conexión con la Vida y encuentra a Dios en su interior.