Mamma mía

8 marzo, 2013

 

 © Aina Climent Belart                                                            © Aina Climent Belart

 La relación con la madre es la más significativa de nuestra vida, la base sobre la que se construyen todas las demás relaciones. Con la madre fuimos uno cuando estuvimos en su vientre y luego seguimos íntimamente unidos a ella durante la lactancia. El vínculo con la madre es fundamental para la supervivencia. El niño, la niña se miran literalmente en la madre, se ven en ella como si fuera un espejo. La madre representa al mundo en su totalidad y lo que de él proviene. Para la mujer, representa la referencia del modelo femenino que puede reproducir o rechazar, la forma de ser mujer, de vivir la femineidad y ser madre. Para el hombre va a representar el modelo de mujer por el que se va a sentir atraído o va a rechazar, es decir, que condicionará su elección de pareja y la relación con ella, y mientras no madure seguirá siendo hijo… de su mujer.

De la madre lo esperamos todo, lo exigimos todo, lo demandamos todo. La castigamos cuando no nos provee de lo que necesitamos, calladamente o en una protesta manifiesta. A la madre se la rechaza, se le reprocha y se la culpa de todo, es la relación más importante de nuestra vida… y a la vez complicada.

En todo proceso terapéutico es fundamental explorar la relación con la madre, con el padre también por supuesto, pero el primer lugar lo ocupa la madre, la madre nutricia, la que se ocupaba de las necesidades del niño o de la niña. Si estuvo presente cuando se la necesitaba, si satisfizo sus necesidades afectivas o si eran ignoradas, si veía a su hijo, a su hija por sí misma y no como una  prolongación suya o una carga que sentía como excesiva.

Todos albergamos en nuestro interior un niño herido que no fue amado incondicionalmente, que necesitó protegerse del dolor por ser demasiado vulnerable. Congelamos muchos de nuestros sentimientos y nos construimos una coraza defensiva para no sentir que no éramos amados como necesitamos. Para sanar esa herida es necesario tomar contacto con el niño interior, ver dónde y de qué maneras fue herido, localizar ese dolor física y emocionalmente a fin de liberar la energía bloqueada. Conectar con el dolor, la rabia, la culpabilidad, la impotencia, la tristeza y de esta manera se empieza a sanar. Al reconocer al niño interior, al tomar conciencia de su vulnerabilidad pueden surgir sentimientos de soledad, vergüenza, carencia, sentirse inadecuado o inapropiado en ciertos momentos. Hemos de darle voz, dejar que llore, que exprese sus miedos y necesidades, y también sus partes positivas, los sueños, deseos, intuiciones y creatividad, y abrazarlo todo literalmente.

Hay niños buenos, niños obedientes, reprimidos, asustados, niños que tratan de agradar a su madre, niños que intentan ser perfectos, que niegan sus necesidades, niños que se refugian en la mente y niños que viven en el mundo de Disney para evitar sentir, hay niños rebeldes e insolentes que buscan llamar la atención que no reciben. Las heridas del niño y de la niña pueden ser por sobreprotección, por exceso de valoración y halago, por abandono, manipulación, comparación, miedo, rechazo, autoritarismo, exigencia, engaño, desconexión, abusos…

Ahora bien, y este es el mensaje que quiero trasmitir en esta entrada, las madres tienen también sus propias heridas y carencias de infancia, sus condicionamientos y limitaciones, sus dificultades para amar incondicionalmente y sostener al niño si ella misma no aprendió a sostenerse. Una empieza a darse cuenta de la complejidad de la maternidad cuando es madre, o al cabo del tiempo al reconocer los propios errores. Muchas veces se actúa justo al contrario de lo que se recibió… y también es equivocado.

Necesitamos en primer lugar reconocer nuestras heridas, ocuparnos de ellas y sanarlas, y eso lleva un tiempo. Y también necesitamos perdonar a nuestra madre por lo que hizo o dejó de hacer, perdonar el daño que nos causaron sus miedos, su ansiedad, su perfeccionismo, su autoexigencia, su necesidad de quedar bien, el  abandono de sus propias necesidades. Perdonar su victimismo, su tristeza, su actitud depresiva, su dolor no resuelto del pasado, el efecto de la falta de amor y comprensión de nuestro padre, sus propias carencias de infancia, tal vez la falta de madre o de padre y otros condicionamientos… Ser capaces de ver la niña herida también en nuestra madre, sus propias heridas de infancia, lo que nos lleva a ser compasivos y aceptarla por completo, más allá de sus errores y limitaciones.

 Antes o después, y cuanto antes mejor llega el momento en el que hemos de perdonar, agradecer y valorar lo que nuestra madre ha hecho por nosotros. Tomar lo que de ella proviene como un legado, el que nos corresponde, el que tuvo para danos, las heridas que nos causó y también los dones. Cuando lo hacemos nos sentimos plenos y caminamos sobre la Tierra bendecidos y merecedores de lo bueno. Cuando no tomamos, rechazamos o despreciamos lo que ella nos dio estamos negando y rechazando nuestros orígenes, y eso es negarnos a nosotros mismos, lo que nos confunde y  nos llena de rabia y dolor. Por un tiempo la rabia y el resentimiento pueden darnos una falsa fuerza, como una especie de hybris o arrogancia de creernos mejores que ella. Cuando uno no “toma” a su madre no puede amarse a sí mismo. Hay una lealtad original del niño a sus padres, necesita amarlos, aceptarlos, valorarlos para amarse verdaderamente a si mismo. Tomarlo todo como fue porque es nuestra experiencia, lo que nos ha hecho ser lo que somos, nuestro legado completo.

El niño, la niña ama a su madre, desea verla feliz, se alegra con su alegría, le duele su dolor, por eso hemos de restaurar el movimiento natural de amor hacia ella, ese movimiento espontáneo que brotaba en la infancia. Amar reconociendo las heridas, amar a pesar de ellas, dejando en todo caso que ella lleve la responsabilidad de sus errores. Honrarla y aceptarla como es nos conduce a la paz y la reconciliación. Más allá del dolor de nuestro niño herido está el dolor de nuestra madre y el dolor que nosotros hemos añadido al rechazarla y juzgarla en multitud de ocasiones.

La psicoterapia sistémica Bert Hellinger habla de la aceptación de los órdenes del amor y la reconciliación en el sistema familiar. Un hijo sólo puede estar en paz consigo mismo si se encuentra en paz con los padres, lo que significa que los acepta y los reconoce como son. Cuando a los padres se les exige o reprocha no se los toma como son. No se puede decir: «esto lo tomo» y «esto lo rechazo». Honrar al padre y a la madre es inclinarse ante ellos rindiendo reverencia. Asentir ante los progenitores como son es un proceso curativo en sí mismo, el alma de la persona siente alivio y levedad. Quien rechaza a sus padres se rechaza a sí mismo. Cuando un hijo reconoce y honra a sus padres se acepta íntegramente y se siente completo y en plenitud. Asiente a la vida agradecido por un destino que le pertenece y le sonríe. Y sus padres detrás de él le proporcionan la fuerza de la Tierra y la conexión con el Cielo que necesita para hacer realidad sus sueños.

Desde la conciencia de la impermanencia de todos los fenómenos cobra aún más sentido la reconcialiación con la madre. Vivimos ahora, vivimos instantes únicos en el Flujo de la Vida y algún día no muy lejano desapareceremos de la faz de la Tierra. Nos conviene sanar generaciones de dolor y trasmitir amor a las siguientes generaciones.

En las manos de mi madre está su corazón, también herido. Y su corazón está en mi corazón.

Texto original © Ascensión Belart.

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© Aina Climent        http://ainacliment.tumblr.com/

8 pensamientos en “Mamma mía

  1. Hola Ascensión, cada vez que leo algo tuyo, me da luces, es una guía. Empecé a trabajar lo de mamá el 2012, sin embargo este año ella se mudó a vivir conmigo a la capital porque se jubiló, pensé que todo estaba ok y fue una ilusión, al momento que se mudó es como si se activaron todas las cosas y me sentí la niña vulnerable, tal cual. Sin embargo todos estos años haber trabajado el tema me ayudó porque ya no sólo pensaba en mi sino en ella, ella al mudarse también estaba viviendo pérdidas, su casa en Jauja, su trabajo, etc y cuando empecé a sentir está conexión, sentí ternura más que bronca, siento que estamos sanando, hay más paz y ganas de estar en servicio con ella, la sensación es increíble, siento para algo suceden las cosas. Estoy muy agradecida. Saludos desde Lima, Perú. Carla Giannina

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  2. Gracias Carla por todo lo que compartes. Es una maravilla ponerse en paz con la madre, aceptarla como es, respetar sus procesos, apreciarla y valorarla, y saber que es nuestra maestra en muchos ámbitos. Rechazar a la madre es rechazarse a uno mismo.

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