Polvo en el viento

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© Aina Climent Belart

Hay períodos en los que la Vida nos vapulea, sacude y nos da un buen revolcón. En menos de dos años, he perdido a tres personas muy allegadas: a un hermano, a mi madre y al padre de mis hijos y compañero durante dieciocho años. En efecto, hay momentos en los que la Vida nos muestra su lado amargo, sus fauces oscuras y devoradoras que arrasan parte de nuestras relaciones significativas. Hay sucesos que nos dejan perplejos, estupefactos y desconcertados; que nos hacen sentir diezmados, hechos añicos, conmovidos. Ahora bien, las pérdidas pulen las aristas de nuestra arrogancia, del orgullo, la vanidad y toda la sarta de pequeñeces de nuestro ego. Nos llevan más allá de nosotros mismos -a dónde nunca imaginamos-, posiblemente para que la valoremos, honremos y no la demos por hecho. Para que aprendamos a discernir entre lo que tiene importancia  y lo que no la tiene.

Si bien hacía más de quince años que el padre de mis hijos y yo nos habíamos separado, en este proceso de enfermedad he tenido la oportunidad de acompañarle, quizás para que ambos nos liberásemos de todo aquello que aún estaba pendiente. Acompañarle en su dolor, incertidumbre, miedo, tristeza y vulnerabilidad en la medida de lo posible y en la memoria de lo que fuimos y construimos, en la memoria del amor que nos tuvimos cuando nos conocimos. Él fue una persona de quien he conocido bien su luz y sus sombras, un maestro para que tomara conciencia -con mayor o menor dificultad-, de las mías propias.

Ha sido necesario encontrar el momento para estar presente únicamente cuando la situación lo ha requerido, ser soporte para mis hijos en momentos críticos, apoyarles en las decisiones difíciles. El Cielo ha querido y me ha posibilitado cerrar el proceso con un broche de oro. Y así, de la misma manera que él estuvo conmigo en el nacimiento de nuestros hijos para recibirles, así estuve con ellos acompañándole hasta el último momento para despedirle y cerrar el ciclo. A fin de cuentas, lo importante es la paz, la reconciliación, el perdón y la gratitud.

Hay un amor que está más allá de las diferencias y los conflictos, que pide y reclama trascender las capas de mezquindades del ego. Un amor capaz de sintonizar con el dolor, que sabe acompañar e incluso paliarlo hasta cierto punto, un poco al menos. Ciertamente, recorremos a solas algunos umbrales significativos de la vida, pero si nos sentimos acompañados es un bálsamo que nos reconforta y proporciona aliento, alivio, valor. Desde el principio, he sido testigo del avance de la enfermedad, y de la vulnerabilidad que se fue poniendo de manifiesto día a día con la intención de abrir mi corazón con compasión.

Y así, si él me dio la confianza que a mí me faltaba cuando era mucho más joven, le he alentado a dejarse ir, trasmitiéndole que su vida mereció la pena y que no hay nada pendiente, junto a una ciega confianza de que hay algo más grande que nos sostiene, que podemos soltarnos para volver al Origen, soltar y dejar que el Espíritu retorne a la Fuente y se funda con el Universo.

Claro que hubo tiempo atrás entre nosotros proyecciones mutuas, conflictos de egos y luchas de poder. Tal vez incluso libramos batallas de los conflictos que no supieron resolver nuestros padres y ancestros, creyendo que eran propias. En este tiempo hemos crecido en conciencia, hemos evolucionado y sabemos que el rencor y el resentimiento mantienen a las personas atadas por cadenas. Aprovecho para decir: ten presente cuándo alguien te habla mal de su ex pareja que está expresando temas no resueltos, y que eso comunica más de sí mismo que del otro.

Indudablemente, el perdón y la reconciliación trascienden nudos familiares y transgeneracionales, y son en definitiva un magnífico regalo que podemos brindar a nuestros hijos y descendientes. En verdad, hicimos lo que pudimos. No supimos más. Y asumir los propios errores y responsabilidades siendo compasivo con las debilidades propias y las ajenas, porque como afirma Enric Corbera: “Admitir nuestras faltas implica reconocer nuestra disposición a la grandeza”.

Sea como fuere, es bueno despedirse, y despedirse en paz. Es bueno trascender, perdonar, agradecer y dejar atrás todo aquello que en su momento nos distanció, molestó, enfadó. Es bueno al fin poder amar con un amor entregado y compasivo, sin condiciones; con el amor más profundo que podamos imaginar. Y hacer un ejercicio de  rendición para, en palabras de Marguerite Youcenar:

Aceptar que tal o cual ser, a quien amábamos haya muerto. Aceptar que éste o aquel no sean más que un muerto entre millones de muertos. Aceptar que éste o aquel, vivos, hayan tenido sus debilidades, sus errores. Aceptar su independencia de muertos, no encadenarlos, pobres, a nuestro carro de vivos. Aceptar que hayan muerto antes de tiempo porque no existe el tiempo. Aceptar nuestro olvido, puesto que el olvido forma parte del orden de las cosas. Aceptar nuestro recuerdo, puesto que, en secreto, la memoria se esconde en el fondo del olvido. Aceptar incluso -aunque prometiéndonos que lo haremos mejor la próxima vez y en el próximo encuentro- el haber amado torpe y mediocremente.

La Vida es un nacer y un morir, un renacer en el eterno devenir. De ahí que llegado el momento, lo mejor que nos puede pasar es atrevernos a dejarnos ir conscientemente, abandonarnos y sumergirnos en la Profundidad Oceánica buscando quietud y sosiego, aun cuando el propio corazón sea un mar agitado. Retornar al Espíritu que nos sustenta y que todo lo interpenetra. Dejarse sostener por un Dios omnipresente, por la divina Fuente, y entregar la voluntad a la Gran Voluntad. Me digo: que suerte haberle podido acompañar en su última batalla sobre la Tierra. Haber sido testigo de su transfiguración cuándo su Espíritu se estaba yendo. Siento gratitud por la aventura en la que nos embarcamos al venir a Mallorca, por el amor que nos tuvimos, por nuestros hijos, por ese amor que quise vivir y no pude, y que finalmente de alguna forma he experimentado.

Desde la presencia de una conciencia abarcadora, contemplo los años de vida en común, las dificultades y los bellos recuerdos, el círculo de amigos y personas con las que compartimos nuestros sueños, lugares y vivencias comunes. Todo es impermanente y efímero como el arcoíris tras la lluvia. Somos polvo en el viento. Siento cierta tristeza y vacío al saber que no estará más, la certeza de que algo de mí se ha muerto con él y de que mucho de él seguirá viviendo en mí. Me pregunto: ¿qué queda de nosotros cuando nos vamos? Nuestras obras, nuestros hijos y descendientes, y el lugar que ocupamos en el corazón de aquellos que nos aman. ¿Qué nos llevamos? Únicamente el amor encarnado, el amor que anida en nuestro corazón llegado el momento de partir. La vida se renueva y prosigue. Me queda VIVIR, vivir apreciando si cabe aún más la vida, verle y sentirle en algunas facetas de nuestros hijos.

Ahora, después de estos dos intrincados años, me vienen a la cabeza unos versos del poeta  Walt Whitman:

La pregunta, ¡oh, mi yo!, la pregunta triste que vuelve –

 ¿Qué de bueno hay en medio de estas cosas, oh mi yo, oh, vida?

Respuesta: Que estás aquí  –que existen la vida y la identidad,

Que prosigue el poderoso drama, y que puedes contribuir con un verso.

 

Texto original © Ascensión Belart.

22 pensamientos en “Polvo en el viento

  1. Brillante como siempre, querida!
    Gracias por provocar en mí reflexiones profundas, por contribuir a pelearme y reconciliarme conmigo misma y con el mundo. Me ha resultado muy enriquecedora la idea de «atrevernos a dejarnos ir conscientemente, abandonarnos y sumergirnos en la Profundidad Oceánica buscando quietud y sosiego», en eso estamos, no?.
    Un abrazo

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  2. precioso, como siempre. Más, si cabe! Gracias Chon.
    pero el poema es más bonito en ingles:
    That you are here—that life exists, and identity;
    That the powerful play goes on, and you may contribute a verse.

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  3. Benvolguda Chon, llegir-te és aprendre, és compartir-te… Gràcies per assenyalar-nos el camí de la vida amb saviesa, amb respecte, amb amor… La teva experiència, traduïda al nostre alfabet de paraules, s’erigeix en manament, carta, doctrina i poema, que fa de la senzillesa una humil demostració d’alteritat… Gràcies, novament, per compartir aquest viatge al cor…

    Gassho profund!

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  4. Me pareció que salio de lo profundo de tu ser lo que escribiste, y llego a lo profundo de mi alma. Estoy viviendo un proceso similar, me despedí con todo el amor que podía entregar, dando lo mejor de mi. Nuestra relación se había desgastado, pero me quedo una enseñanza de vida, de amor y también de sombras, que sirvió para mi crecimiento espiritual. Las relaciones profundas y el amor que salio de mi ser, sirvieron para enfrentar la larga enfermedad que sufrio mi compañera. Te dejo un abrazo muy grande
    Ariel

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  5. Hola Chon
    Existeixen les casualitats?
    Ido per una d,aquestas s,ha obert l,escrit que fas a una persona propera a tu ,
    Es un fet en el qual no hi pensam mai. El fet de dir adéu a una persona Aixi les teves frases tan senzilles i a la vegada tan dolçes són un bàlsam per l,esperit.
    Una abraçada
    Dolors.

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