
De vuelta de mis vacaciones en la Toscana y el Valle del Chianti con mis hermanas, tras reencontrarnos después de varios años sin vernos, que ha supuesto un profundo reset físico y emocional para disponerme a retomar el otoño renovada y con energías. Semanas después, aún sigo saboreando momentos y me veo en cada una de ellas: mujeres transitando una etapa de madurez, conscientes y en proceso de autoconocimiento y evolución permanente. Hermosos espejos en los que mirarme.
Hablamos de la vida, del amor y la muerte. Hablamos de nuestros seres queridos y ancestros que ya no se encuentran entre nosotros; hablamos de nuestra infancia y de las relaciones interpersonales con nuestros allegados: parejas (y como no, ex parejas), hijas, hijos, nietas y nietos; de nuestros vínculos afectivos, del placer en la vida cotidiana y de la nutrición a todos los niveles. Cocinamos, caminamos, nos abrazamos, reímos a carcajadas, percibimos y nos maravillamos de la belleza que nos rodea.
La belleza alberga el don de elevar el Espíritu.
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